Siempre es buen momento para detenerse a contar historias, pero es cierto que ahora, cuando el viento empieza a ser fresco, época de castañas y calabazas, parece que vienen para llenar los espacios del día a día como las mañanas de octubre se llenan con el aroma de alguna bebida especiada.
Los cuentos forman parte de nuestra realidad desde hace tanto tiempo que pensarlo da cierta sensación de vértigo. Comienza todo con la tradición oral: gente que se reúne alrededor de un fuego, se cuentan las historias del día a día e interpretan su realidad para entender qué está pasando. ¿Por qué un día, de pronto, el cielo parece que se quiera romper descargando una tormenta? ¿Cuál es el origen de ese fenómeno? ¿Qué hago, me asusto o no me asusto? Supuestamente, te asustas menos si conoces las causas y tienes información al respecto, pero, en aquellos tiempos de oscuridad y superstición, ¿qué? Pues, bueno, si desconozco el origen de la tormenta me lo invento, le doy una explicación y a base de repetir el cuento, de popularizarlo, acabo rellenando el agujero de información y dejo de inquietarme.
Esto, dicen, hicieron en el norte de España cuando buscaban darle una explicación a las fuertes tormentas seguidas de largas temporadas de sequía que, de cuando en cuando, azotaban la zona. Para explicar el fenómeno, el folclore tradicional cuenta con la figura del Renubeiro, uno de mis seres mitológicos preferidos.
Dependiendo de quién te hable de él, se dirá que es un genio azul y pequeñito, un hombre de las nubes, o veces es un gigante, pero el rasgo característico en cualquiera de sus versiones es que tiene muy mal carácter.
Cosa suya son las tormentas más ruidosas, con rayos y truenos tan potentes como para congelar conversaciones, deslumbrar y producir estremecimientos. El Renubeiro vive en las nubes y desde allí se las ingenia para descargar furia contra el suelo. Supongo que si no lo hiciera explotaría, pero esto son solo conjeturas.
¿Es una deidad, un espíritu (como los pitufos... Un día abriremos este melón)? Podría ser, habría que preguntárselo, pero para consuelo de algunos lo que no es el Renubeiro es infalible. Te cuento.
Dicen que hace mucho, mucho tiempo, hubo una tormenta tan fuerte que amenazó con arrasarlo todo (cultivos, casas de adobe, desbordar ríos y anegar pueblos...). La violencia de la lluvia se adjudicó enseguida al Renubeiro que se movía a toda velocidad sobre la tormenta lanzando hacia el suelo rayos y truenos.
El día que más concienzudamente trabajó estaba tan abstraído que no se dio cuenta del agujero formado entre dos nubes negras por el que se deslizó sin pretenderlo, cayendo de bruces en la tierra. En cuanto el Renubeiro se vino literalmente abajo, cesó la lluvia y se dispersaron las nubes dejando paso a un cielo azul y calmo que todos agradecieron salvo el pequeño genio.
Un matrimonio que vivía en las montañas cuidando de sus animales celebraba el final de las lluvias cuando vio, a lo lejos, una pequeña figura azul, no más grande que una gallina. Parecía confusa aunque estaba claramente enfadada porque exclamaba en un idioma desconocido y daba saltos de impotencia entre las escobas y los tomates de la huerta.
Pronto se acercaron para ofrecer ayuda al necesitado, aunque fuera un genio, tal como se acostumbra en las montañas. Con mucha paciencia lo dirigieron hacia el interior de su cabaña donde aquel fenómeno de la naturaleza se metió bajo la mesa del fondo, el lugar más oscuro de la casa, completamente fastidiado.
Cualquier compañía habría sido mejor que la de los humanos, pensaba el Renubeiro. No le caían bien. Pedían lluvia sin parar, pero cuando se la daba alzaban sus oraciones al cielo exigiendo que alguien le pusiera remedio. Y así todo el tiempo. Eran una raza inestable por la que no podía sentirse confianza. Para colmo de males, al haber caído de la nube tenía que esperar a que se formara otra tormenta para volver al cielo valiéndose de ella. No le quedaba más remedio que tragarse el orgullo y aceptar su hospitalidad. Aunque hospedarse en la parte más oscura y fresca de un hogar humano era lo más humillante que le podía pasar a un genio, allí estaba él, aceptando las jarras de agua fresca y el pan con fruta como si fuese una cabra en vez de un ser de leyenda...
Con la ausencia del Renubeiro las lluvias cesaron, claro. Al principio, esto fue celebrado en la comarca: el cauce de los ríos normalizaba su caudal, la tierra podía absorber el agua, los lagos menguados tras un verano difícil también se recuperaron, pero pasados los meses sin que una sola nube apareciera en el cielo, la inquietud volvió a surgir entre la población. Necesitaban agua, necesitaban que el pasto estuviera verde y apetitoso para el ganado, que la fuente siguiera cantarina y fresca aplacando la sed del lugar, sin embargo, ni los rezos, ni los cánticos, ni las ofrendas hacían efecto y los campos se ponían cada vez más tristes.
Aquella mañana, el Renubeiro, que seguía oculto bajo la mesa grande del fondo recibió la visita del matrimonio. Se acuclillaron junto a él con aire de sombrío respeto, con cierta melancolía. Quizá imaginaron que el geniecillo se había puesto cómodo y no tenía ganas de marcharse, pero el huésped estaba mucho más abatido de lo que sospecharon, soñando con el momento en que llegara la lluvia, por mínima que fuera, para poder volver a casa. Pronto el matrimonio comprendió que algo malo sucedía al genio y que este era una víctima más de las circunstancias.
Sucedió que, como cada comarca tiene su propio genio, el vecino del Renubeiro se hizo eco de la sequía y, un día, se acercó para ver cómo se encontraba él aquel otoño. No halló al genio. Sospechó que podía haberse caído y, quizá, estuviera atrapado en el mundo humano. Por pura cortesía profesional invocó una fuerte tormenta que haría vibrar el valle y retumbar las paredes de la casa de adobe. Si no era demasiado tarde, quizá aún pudiese salvar a su colega.
Los humanos, al escuchar el tronar del cielo, se apuraron en abrir la puerta. ¿Habían regresado al fin las lluvias? ¿Era posible?
El renubeiro de debajo de la mesa se asomó apartando las telas que hacían las veces de mantel. ¡Era posible! ¡Era una tormenta! Con pasitos torpes, como quien lleva mucho tiempo sentado en posición incómoda, caminó hasta la puerta del hogar en el mismo momento en que comenzaban a caer gruesas gotas de lluvia.
El genio sintió la alegría calentar su coranzocillo azul. Muy contento, se aventuró al exterior, pero antes de escalar las gotas de lluvia para regresar a su hogar en el cielo hizo lo que ningún genio había hecho nunca antes: se inclinó ante sus salvadores con un gesto de sincero agradecimiento.
Cuando los dos renubeiros se encontraron ahí arriba, el caído relató sus experiencias para fascinación del otro, que nunca se había acercado a más de cien metros de los humanos porque los consideraba demasiado viles y peligrosos.
Ya en la soledad y la gracia de lo cotidiano, nuestro genio azul se acomodó en su nube favorita echando, de vez en cuando, una ojeada al hogar que lo había acogido. Cuando veía el suelo un poco seco, mecía la mano fuera de su blanquísimo lecho formando serenas gotas de lluvia sobre aquellas tierras. También, si estaba inspirado, materializaba algún arcoíris para disfrute de sus cuidadores.
Espero que tengas una semana estupenda.
Mimi